Hay un petirrojo que se instala religiosamente en la rama desnuda de “mi” kiwi cada mañana y cada tarde al bajar el sol. Digo mío, pero en realidad es más suyo, pues yo apenas me acuerdo de esa rama, y él viene a posarse en ella dos veces al día y me ofrece unas serenatas increíbles. Es un gran cantor. Sospecho que de vez en…
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