Este año San Valentín coincide con el Miércoles de Ceniza. No siempre sucede, pero este año ha sido así. Un día de contrastes. De celebrar el amor, y de recordar que somos y venimos del polvo, que la vida es frágil y necesitamos ser conscientes del misterio de la presencia de Dios con nosotros. Quizás de esos contrastes está hecha la vida: celebrar y lamentar, todo al mismo tiempo. Estar despiertos para ser capaces de ver lo sagrado en lo cotidiano.
San Valentín nos da la oportunidad de demostrar amor a nuestros seres queridos (no tiene por qué ser la pareja; es mucho más amplio que eso). El miércoles de Ceniza nos da la oportunidad de volver a la Fuente del Amor y recordar nuestra finitud.
En casa hemos tenido una mezcla de las dos. Ha sido diferente, pero ha sido bonito y especial. Hemos salido a comer pizza, y hemos compartido un tiempo de oración y de cenizas. Hemos comido helado y hemos confesado a la luz de las velas. Hemos charlado sobre posibles cosas que “dejar” esta cuaresma y hemos cantado.
Hemos aceptado la oportunidad de volver. Ha sido diferente que otros años. La clave no está en el cómo, sino en el hecho de volver.
Por eso dice el Señor:
Vuélvanse a mí ahora, mientras haya tiempo;
entréguenme su corazón.
Acérquense con ayuno, llanto y luto.
No se desgarren la ropa en su dolor
sino desgarren sus corazones.
Regresen al Señor su Dios,
porque él es misericordioso y compasivo,
lento para enojarse y lleno de amor inagotable.
Está deseoso de desistir y no de castigar.– Joel 2: 12,13
Que este año puedas aprovechar la invitación.
Te deseo un tiempo de Cuaresma especial y significativo.