Post original del 2018.1
Siempre he sido muy protectora y celosa de nuestro tiempo de descanso familiar. Desde que mi marido y yo nos casamos, y mucho más desde que somos cuatro. He buscado con intencionalidad llenar nuestra maleta de recuerdos y buenas historias de verano, sea que viajemos o que nos quedemos en casa.
Hace un par de años, alguien me habló del concepto de los "18 veranos". Decía que –asumiendo que todo irá bien y tendremos salud– sólo disponemos de 18 veranos para estar con nuestros hijos, para compartir con ellos, para construir memorias o recuerdos que formarán parte de su vida. 18 veranos... Es todo los que tenemos. Y digo veranos porque suele ser la estación que habitualmente relacionamos con el descanso, el tiempo libre, las vacaciones, aventuras y diversión. Pero ¡podría ser cualquier otra estación del año! 18 primaveras, 18 otoños, lo que más te guste o lo que más suelas identificar como tiempo concentrado para disfrutar sin horarios, compartir momentos, construir recuerdos...
Desde que escuché esta idea no dejo de pensar en cómo aprovechar esta estación, sabiendo que el tiempo vuela y que no siempre las cosas serán como son ahora. Si las cuentas no me fallan –y si Dios me da vida y salud– me quedan 9 veranos para disfrutar con mis hijos. De sólo pensarlo se me estruja el corazón. Puedo encararlos con melancolía y nostalgia o puedo ser pro-activa e intentar aprovechar cada verano al máximo, dejando huellas y recuerdos que perduren en su alma y corazón durante mucho tiempo. Llevo unos años decidiendo afrontarlos con intencionalidad. Por eso…
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