Reflexiones de Una semana en la vida
lo que aprendí al revisitar mis álbums de los últimos 16 años

Llevo varios días luchando en mi mente para encontrar las palabras correctas, o las que se acerquen un poquito a lo que de verdad quiero decir, y me está costando encontrarlas. Se me pasa el mes de junio y no consigo organizar mis pensamientos. Por eso, hoy he decidido sentarme delante del ordenador, empezar a teclear, y que salga lo que salga.
Para los que me siguen desde la época de blogger, saben que llevo más de quince años documentando una semana de la vida, siguiendo la propuesta de Ali Edwards. Conocí a Ali (virtualmente, aún no he tenido el placer de hacerlo en persona) cuando estaba embarazada y fue como encontrar un alma gemela en la otra punta del mundo (sincronicidad, que le llaman). Su manera de contar su historia -e invitar a otros a hacer lo mismo- fue un gran hallazgo en el momento más oportuno. Cuando allá por Abril de 2010 propuso su Week in the Life, no lo dudé un segundo1. Con mis mellis de apenas un año recién cumplidos, aún amamantando y con la niebla mental de la maternidad reciente, me apetecía mucho dejar registrada esa etapa de mi vida, sobre todo para mí, para que no se me olvidara. No sin dificultades (los que me siguen de hace tanto tiempo saben de qué hablo) logré empezar de nuevo y terminar mi álbum. Al año siguiente no pude/no supe/no quise parar. Y así hasta hoy, cada año he acudido religiosamente a la cita. Desde un principio (si bien me encanta el scrapbooking, los papeles bonitos, los productos y las reglas del diseño que conlleva un proyecto como este) mi motivación no fue tanto por el producto final en sí (en el sentido estético del proyecto) sino la documentación pura y dura, en tiempo real de las cosas más ordinarias y cotidianas de nuestra vida, capturando por medio de fotos y palabras una “instantánea” lo más completa posible de nuestra (mi) realidad.
Observar, prestar atención, reflexionar, agradecer, hacer ajustes y co-crear con Dios la historia más bonita y más verdadera que soy capaz de imaginar. Y así cada año, durante los últimos dieciseis.
Dieciséis años haciendo un “corte transversal” de la vida cotidiana es un montón. Y por eso, este año me ha inundado de nostalgia al ver que este proyecto ya es parte de mí y de mi familia (mis hijos no conocen otra cosa). He comenzado la semana “sintiendo todos los sentimientos”, porque lo que me ha aportado este proyecto a lo largo de los años, es difícil de describir.
Esto es lo que escribí en mi blog en 2010, al empezar el proyecto por primera vez:
me motiva pensar en poder sentarme con mi familia, quizás dentro de 10 o 20 años, para ver este album y decir: "ha merecido la pena; de no haberlo hecho no podríamos recordar cómo era nuestra vida cotidiana en el año 2010".
Los diez años pasaron (y casi voy llegando a los 20) y ha ocurrido lo que había imaginado: me he sentado con mi familia a mirar el álbum. No sólo ése, sino todos los que le siguieron (y probablemente sea verdad que no podríamos recordar, si no fuera por su existencia). Cada año nos sentamos en familia a verlos y recordamos (¡y nos reímos de algunas cosas!) cómo era la vida en aquel momento, en aquella casa, en aquella ciudad o país, con aquellas rutinas, con aquellos ritmos, con aquellos amigos o compañeros. Mucho ha cambiado en dieciseis años. Y mucho permanece.
Este año, al final de la semana en cuestión (del 2 al 8 de junio) la autora proponía un tiempo para reflexionar en torno a la experiencia, procesar y rescatar las lecciones aprendidas. Yo lo que hice fue mirar para atrás no una semana, sino 16 años.
Volví a mis álbums, uno por uno, en orden cronológico y me puse a escribir reflexiones, aprendizajes. Y me llené de GRATITUD, ASOMBRO, DELEITE, ESPERANZA, MARAVILLA, y más GRATITUD. Y aquí van mis reflexiones y algunas de mis observaciones:
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